"Almas da Magdalena": apresentação
Discurso de González Carrillo na apresentação do livro Almas da Magdalena:
Excelentísimo Alcalde de Olivenza, excelentísimas autoridades, presidente de la Asociación para el Desarrollo de la Comarca de Olivenza, familiares, amigos, oliventinos, oliventinas.
Hablar de ti me resulta tan extraño, tan cercano, tan confuso y a la vez tan cotidiano, que sin darme cuenta, me he convertido en un testigo más de tu lento caminar en cualquier noche de Santa Lucía, en cualquier largo atardecer en los días finales del mes de abril.
Parece que estás ahí, pero estás tan escondida, que, sólo el efímero entusiasmo de la juventud, podría saberte describir con toda la plenitud que mereces, con todo el atisbo de referencias que sólo puede enumerar quien bajo la imposición de misa diaria, supo escuchar tus silencios, tus rogativas, tus pleamares.
Yo también fui uno esos niños que se subió a las columnas de tu puerta para divisar la inmensidad del mar, yo también, ingenuo de mí, fui en varias ocasiones a las portones boquiabiertos de tu hechura, a vivir mi adolescencia y, como la estampida de tus palomas en los primeros días de la primavera, supe guardar entre tus secretos, los mismos saberes que los canteros dejaron entre tus bloques de piedra; los mismos suspiros que expresaron tus hijos más queridos, los oliventinos, cuando dijeron adiós a sus seres queridos amparados bajo tu bóveda; en cabezadas que siempre acabaron con el comentario de “estaba la iglesia llena”.
Y es que sin duda eres especial, al igual que el enclave que te contiene; los oliventinos no hablamos simplemente de ti, los oliventinos te interpretamos, te damos un significado que sólo cada uno de nosotros en la conciencia de nuestras vivencias sabemos expresar.
Este que os habla no sabe estimar el sentido del tiempo de Santa María Magdalena, la de Olivenza, un tiempo que se mira con las manillas de un reloj que nunca llegaremos a contemplar de forma abierta, un tiempo que se derrite en el devenir de cualquiera de los que estamos aquí presentes, un tiempo que se mide con otro segundero, con otra arena, con la inmensidad de cifras que no sabemos detallar. Tu tiempo es un tiempo muy diferente al nuestro.
Mi segundero se detuvo en el recuerdo de tus procesiones, en la evocación de domingos en donde, las luces de tus eternas vidrieras, se proyectaban en tumbas con números que quedaron grabados en mi subconsciente.
En noches en donde tus altares dorados, relucían más que nunca, mientras el frío de la calle se hacía cómplice de esa convivencia, y que, sólo el anónimo transcurrir de auroras rompió en la todavía confusa tempestad de entonces.
Ahora te miro con ceño de asombro, exagerando tus proporciones, tus detalles, tus rincones; buscando en la excusa de mi energía un pretexto que me anime a seguir admirándote.
Mantengo en mis pensamientos sueños que, con sólo rememorarlos, hacen que desconecte de la tediosa rutina en la que la vida nos ha encauzado.
Esto me hace llegar a la conclusión de que somos lo que recordamos, lo que retenemos, lo que conceptuamos.
Sólo tú sabes guardar en los recodos de tus contrafuertes, el lento pulsar de un pueblo que pide a gritos enorgullecerse con tu presencia, con tus enajenaciones, con tu compleja sencillez abrumadora.
Pero el tiempo pasa Magdalena, y nosotros no estaremos siempre para contemplar tus suspiros de amanecer, tus golondrinas de gárgolas oportunas, tu lenta marejada.
Tampoco están ya Manuel Gutierres, Fray Diego da Silva, Josefa Perera, Antonio Montañez, Juan González, Manoel Dias y tantos y tantos otros que ya no logran resonar.
Magdalena, tu nombre encierra el nombre del quehacer de muchas de las que te perimetraron, de muchos a las ya que nadie menciona por no estar enterrados en tu noble mármol.
Pero tú, siempre permanece en silencio, ¡tu silencio!, porque nadie tiene el derecho de decirte lo que representas para cada uno de los mortales.
Para mí, humildemente, eres la fuente de mis pretensiones, el alfa y quizás el omega de una existencia como la de cualquiera de tus hijos.
Eres el canto de las sirenas que supiste interpretar tanto para los maestros oficiales que arreglaron tus techos, como para los entalladores y mecenas que te hicieron genial.
Tu canto navega en el mar de las mediocridades, en las aguas de lo sublime, en los océanos de un barco llamado ambición.
En estos tiempos, Magdalena, cumples quinientos años y como no puede ser menos, eres parte de contiendas que anclaron voracidades en tu fachada principal, parte de los devaneos de nuestros fantasmas, del ir y venir de cualquier día laborable, en donde tu misa de ocho, justifica la existencia de las personas que en dirección contraria, indican que ha se han cerrado tus puertas otra jornada más.
Cómo comprender tu volumetría, tu sección, tu unidad patrón con la aparatosidad de tu inocencia, con tu genialidad contenida.
Y después, el recato impuesto, la tranquilidad de una madrugada de invierno, agua, lluvia, viento, sueño…nadie te observa en ese instante, sólo algún noctámbulo o algún joven imprudente. Pero tu sonido sigue ahí; también entonces te acercas a Brasil, también ahí miras a Ceuta, a Estremoz, a Lisboa, a Setúbal; también en ese insignificante mecer de los intervalos de un día cualquiera eres sublime, eres navegante, eres universal.
Cuánto daría por volverme a encontrar contigo en la idealismo del pasado, en tus sentimientos enfrentados, en tus otros prismas que ya nadie valora.
Me gustaría tanto volver a dialogar contigo como un niño, volver a apreciar el mármol de tus escalones desgastados, el sonido trabucado de tu órgano… eternamente en reparación.
En tus paredes está la inmensidad, el mapa de nuestra vida, la lenta espera de la madurez de los bien hecho.
En tus olores se evapora el sobresalto de nuestras voces; en tus azulejos se siente el reencuentro de los que se fueron, de los que nunca te olvidaron pero que tuvieron que abandonarte; quién sabe si a una vida mejor.
Que será cuando me suene dentro, el último día en que te tenga que admirar; que será cuando las épocas se alejen de nosotros, que parezca que no te importamos.
¿Llevarás entonces la atmósfera de tus rincones a cualquier calle sigilosa?
¿Revelarás los secretos inviolables de todos los que te admiramos en una tarde de tormentas?
¿Echarás el ancla para mostrar tu cercanía siempre distinta, buscando en el sueño de tu navegación el rumbo de lo espontáneo?
Tu seguirás siempre ahí, ¡a buen seguro!, porque continuarás a lo tuyo, al igual que hiciste la primera vez que vine a verte.
Entonces, como en ese día, retendrás las vísperas, las distancias, tu forma de hablar portuguesa, buscando en tu personalidad lo mínimo que fue creciendo.
Tendrás una escala marcada por décadas que sumarán siglos, una medida que sólo se admira con dimensiones sopesadas en lo etéreo.
Y volviendo a mi relación contigo, fluiré por tus calles estrechas, siamesas en algunas miradas, porque lo decadente es también parte de ti; apreciando sensiblemente tu candelaria, trasformada en luz tenue de Sagrario.
Al igual que tus rejas oxidadas, pero llenas de vida, que sólo se pueden ponderar como algo mucho más importante que una obra de arte.
Te observaré en el sigilo, en la discreción de tus laberintos, marcando siempre lo que en ti descubrí.
Diremos entonces los adjetivos y nombres que van contigo, las ruas, los siseos, tu entonación. Pero también observaré lo que tienes que callar, tus vergüenzas, y con toda probabilidad, no puedas llegar a entender cómo tú misma, has sido el pretexto de súplicas y rezos, de rogativas, de prudencias, de lamentos.
Yo vengo a prestarte la voz que ya no es mía, sino la de todo un pueblo, cuando participaron contigo en halos de luz que marcaron otras travesías.
Tanto ocurrió en quinientos años que, andar por Olivenza sin ti, es como dar rectitud al mapa de tus columnas, a tus infinitos habitáculos, a tus sacristías disfrazadas con puertas añejas.
Yo no vendré a decirte como se agrupan las cosas, cómo deben de lucir tus velas, con qué flores engalanar tus altares, porqué tus detalles tienen la edad de la memoria que nunca ha sido mía.
Yo siempre te agradeceré lo que me has enseñado, como has configurado mis emociones.
No seré yo el que posea la tremenda capacidad para preservar tu futuro; aquella descomunal responsabilidad de los que ahora juegan contigo junto a tus aceras.
Tú bien sabes, Magdalena, que los mismos que nos enaltecen nos tienen igual desprecio.
Pero deja que me asombre con tus mecidas, porque si todo en ti es grande, es porque tu sensibilidad se hizo luz en cualquier ocaso.
Porque el tiempo duele más por ser más preciso. Porque simplemente eres tú convertida en piedra.
Al igual que tus campanas, indiferentes a los vientos, haciendo estación de penitencia como un soldado de tus contiguas murallas, años tras año, ardor tras ardor.
Serán los tuyos los que te juren amor perpetuo en cómodos plazos, los mismos que recibirán tus miradas, tus voluntades, tu prudente encanto.
Sería irresponsable poderte describir dándote por bien empleada, por justificar guerras aclamadas, por mirarte desde las ermitas que sirvieron de extensiones a tu enmarañada belleza.
No sólo Dios se quedó entre tus muros, también los que estrenaron trajes de domingo, los seres que te pronunciaron mejor que bien al querer ponerse a tu misma altura de circunstancias.
¡Dónde quedaron los miles de negativos impresionados que te han eternizado durante todos estos años!, detalle tras detalle, azulejo tras mármol, maridaje tras bautizo.
¿Quién recopiló como nadie la entropía de tus vidrios ya arrinconados?. ¿Quién fue el mejor testigo de la carcoma que bajo la complicidad de la afonía, fue debilitando el pausado tejido de tus prebendas?.
Hay tanto de ti repartido en tus exhibiciones, en tus hogares, que sólo pido, apreciarte con la misma inmensidad que ya lo hice antes.
Almas da Magdalena, las mismas ánimas que golpearon las páginas de este libro que hoy intenta honrarte, que hoy silban con el viento del anonimato de oliventinos que levaron anclas. Aquellos que encontraron en tu respeto, la misma penitencia que marcó tus adentros.
Sigue dando sentido a parte de nuestros días, bajo la excusa de un pináculo que aflora en apellidos ya olvidados; también, en la cal de nubes reflejadas en las capillas que irrumpieron tu circunferencia, en los sueños de tus principales batidores, aquellos que nunca pisaron el mar, y que también fueron los colonizadores de tierras en los veranos del roto calor oliventino.
Santa María Magdalena, pretexto de religiosos que perdieron para las multitudes su nombre en la trama de tiempos pasados. Tus calles están obligadas a perpetuar sus nombres, haciéndolos tangibles en placas de esmalte de cuatro por dos. ¡Que falta de valentía! dirían aquellos que se lanzaron a descubrir otros mundos.
Ahora descansa, amiga viajera, pero sigue contando conmigo.
Cuando tus despertares no marquen nuestro camino, contéstame entonces en la dilatación de tus horas. Que no me duela la culpa de haberte olvidado.
Pronto se volverá a abrir tu puerta principal, mostrando la inmensidad de tu vientre hecho pan de oro y piedra viajera.
Ha llegado el momento Magdalena, se hizo realidad el sueño de la luz tangible, la tarde larga venció a la tormenta y de nuevo, haces temblar el pulso del pueblo que habla dos lenguas a capricho de la voluntad de sus vecinos.
Sigue mostrándonos tu gracia, porque siempre te veremos en el trayecto, sin querer despertarnos del todo. Será tu rumor lo que note tu presencia.
Quiero seguir dialogando contigo aunque ya mis palabras te suenen raras. Siempre en el arpegio de tu arquitectura, de tus formas de mis nostalgias.
Nada perturbará ya el sentido de tu existencia, de tus conventos, de tus palacios episcopales convertidos en multiviviendas.
Ni siquiera te verán más grandiosa sin una guía de viajes, sin un fin de semana utilizado como pretexto cualquiera.
El sentir de tus formas, se ve traducido en eternidad, en cuadros de tabla que se diluyen en tus caprichos, en bancos de madera extremadamente parejos.
Continúa con nosotros mientras tus lamentos se almacenan en tu coro, mientras tus deterioros amenazan tu existencia.
Quien lo iba a decir, Magdalena, que ibas a llegar a nuestros días inmortalizada en miles de impresiones, en cientos de pinceles con cerdas de ambigua procedencia.
Tú sigue en sigilo, sin lamentos. Dándote eternas gracias por haberte compartido con lágrimas que seguirán empapando tu plaza. Con grano que por mucho que se pretenda, siempre se volverá desventurado.
Entonces, acuérdate de mí, y dime en un susurro cómo debo de entender mi propia vida, con qué excusas encontraré tu memoria colectiva.
Explícame como te sabes narrar con una extraviada partida de nacimiento que ya no se conserva.
Ha llegado tu momento Magdalena, abre tus puertas despacio, muy despacio, mostrando tus glorias como la estación que entra.
Sólo me queda deciros a todos, que a poca distancia donde suenan estas palabras, tenéis anidado parte del sentido de vuestra identidad, parte del pasar de vuestra historia, el reflujo voluntario de vuestra existencia.
Se llama y vivió con nosotros, la iglesia oliventina de Santa María Magdalena.
He dicho. Muchas gracias
José Antonio González Carrilo
Excelentíssimo Presidente da Câmara de Olivença, excelentíssimas autoridades,Presidente da Associação para o Desenvolvimento da Comarca de Olivença, familiares, amigos, oliventinos, oliventinas.
Falar de ti [Igreja da Madalena], fica tão estranho, tão perto, tão confuso, e, ao mesmo tempo, tão quotidiano, que, sem dar por isso, transformei-me numa testemunha mais do teu lento caminhar em qualquer noite de Santa Luzia, em qualquer longo entardecer dos dias do fim do mês de Abril.
Parece que estás aí, mas estás tão escondida, que, somente o efémero entusiasmo da juventude poderia ser capaz de te descrever com toda a plenitude que mereces, com todo o recato de referências que só pode enumerar quem, sob a imposição da missa diária, soube escutar os teus silêncios, os teus rogos, as tuas marés cheias (tempos longos).
Eu também fui um desses rapazinhos que trepou pelas colunas das tuas portas para conseguir ver a imensidade do mar, eu também, então um ingénuo como era, fui várias vezes às grandes portas boquiabertas pela tua estrutura, a viver a minha adolescência e, com o barulho intenso das tuas pombas nos primeiros dias da Primavera, soube guardar, entre os teus segredos, os mesmos saberes que os canteiros deixaram entre os teus blocos de pedra; os mesmos suspiros com que se expressaram os teus filhos mais queridos, os oliventinos, quando disseram adeus aos seus familiares queridos amparados debaixo da tua abóbada; por entre cabeçadas que sempre terminaram com o comentário "a igreja estava cheia".
E não há dúvida que és especial, tal como o enclave em que estás inserida; nós, os oliventinos, não falamos simplesmente de ti, nós, os oliventinos, interpretamos-te, damos-te um, significado que só cada um de nós, nas consciências das nossas vivências, sabemos expressar.
Este que vos fala não sabe avaliar o sentido do tempo de Santa Maria da Madalena, a de Olivença, um tempo que se olha com os braceletes de um relógio que nunca chegaremos a contemplar de forma aberta, um tempo que se desvanece no viver do dia a dia de todos os que aqui estamos presentes, um tempo que se mede com outro Monteiro dos segundos, com outra areia, com a imensidade de números que não sabemos detalhar. O teu tempo, Madalena, é um tempo muito diferente do nosso.
O meu ponteiro parou na memória das tuas procissões, na evocação de Domingos nos quais as luzes dos teus eternos vitrais se projectavam em sepulturas com números que ficaram gravados no meu subconsciente.
O meu ponteiro parou em noites em que os teus altares dourados reluziam mais do que nunca, enquanto o frio da rua se tornava cúmplice dessa convivência, e que só o anónimo romper sucessivo de auroras quebrou na ainda confusa tempestade de então.
Agora olho para ti com semblante de assombro, exagerando as tuas proporções, os teus detalhes, os teus recantos; procurando com o pretexto da minha energia uma razão que me anime a continuar a admirar-te.
Mantenho nos meus pensamentos sonhos que, apenas por recordá-los, fazem com que me desligue da aborrecida rotina em que a vida nos aprisionou.
Isto faz-me chegar à conclusão de que somos o que recordamos, o que retemos, o que conceptualizamos.
Só tu sabes guardar nos recônditos lugares dos teus contrafortes o lento pulsar de um povo que reclama em altos gritos poder encher-se de orgulho com a tua presença, com os teus enlevos, com a tua complexa simplicidade esmagadora.
Mas o tempo passa, Madalena, e nós não estaremos sempre no local certo para contemplar os teus suspiros de amanhecer, as tuas andorinhas de gárgulas oportunas, a tua lenta marulhada.
Também não estão já Manuel Gutierrez, Frei Diego da Silva, Josefa Pereira, António Montanhez, Juan Gonzalez, Manoel Dias, e tantos e tantos outros que já não conseguem ouvir a sua voz.
Madalena, o teu nome encerra o nome de muitos doa que andaram à tua volta, de muitos aque já ninguém menciona por não estarem enterrados no teu nobre mármore.
Mas tu, mantém-te sempre em silêncio, - o teu silêncio - , porque ninguém tem o direito de te dizer o que representas para cada um dos mortais.
Para mim, humildemente, és a fonte das minhas pretensões, o "alfa" e o "ómega" de uma existência igual à de qualquer outro dos teus filhos.
És o canto das sereias que soubeste interpretar, tanto para os mestres oficiais que consertaram os teus tectos, como para os entalhadores e mecenas que te fizeram genial.
O teu canto navega no mar das mediocridades, nas éguas do sublime, nos oceanos de um barco chamado ambição.
Nestes tempos, Madalena, completas quinhentos anos, e, como não podia deixar de ser, és parte de disputas que ancoraram voracidades na tua fachada principal, és parte dos devaneios dos nossos fantasmas, do ir e vir de qualquer dia de trabalho, na qual a tua missa das oito justifica a existência das pessoas que, em direcção contrária, indicam que se fecharam as tuas portas após um outro dia.
Como compreender a tua volumetria, o teu perfil, a tua unidade-padrão com o ar aparatoso da tua inocência, com a tua genialidade contida.
E, depois, o recato imposto, a tranquilidade de uma madrugada de Inverno, água, chuva, vento, sonho... ninguém te observa nesse instante, só algum noctívagoou algum jovem imprudente.
Mas o teu som continua ali: também então te aproximas do Brasil, também aí olhas para Ceuta, para Estremoz, para Lisboa, para Setíbal; também nesse insignificante embalo se um dia qualquer es sublime, és navegante, és universal.
Quanto daria eu para voltar a encontrar-me contigo no idealismo do passado, nos teus sentimentos assumidos, nos teus outros prismas que já ninguém valoriza!
Gostaria tanto de voltar a dialogar contigo como uma criança, voltar a apreciar o mármore das tuas escadas desgastadas, o som desafinado do teu órgão...eternamente "em reparação!"
Nas tuas paredes está a imensidade, o mapa da nossa vida, a lenta espera do amadurecimento dos “bem feito".
Nos teus odores evapora-se o sobressalto das nossas vozes, nos teus azulejos sente-se o reencontro dos que se foram, dos que nunca te esqueceram mas que tiveram de te abandonar, quem sabe se alcançando uma vida melhor.
Como será quando chegar a minha hora, o último dia em que tenha de te admirar; como será quando as épocas se afastem de nós, que pareça que não nos dás importância?
Levarás então a atmosfera dos teus recantos a qualquer rua silenciosa?
Revelarás os segredos invioláveis de todos aqueles, de todos nós que te admiramos Numa tarde de tempestades?
Lançarás a âncora para mostrar os teus contornos sempre distintos, procurando no sonho da tua navegação o rumo do espontâneo?
Tu, Igreja da Madalena, continuarás sempre aí, - com toda a segurança ! , porque continuarás ao teu ritmo, tal como mostraste fazer na primeira vez que te vim ver...
Então, como nesse dia, reterás as vésperas, as distâncias, a tua forma de falar, portuguesa, procurando na tua personalidade o mínimo que foi crescendo.
Terás uma escala marcada por décadas que somarão séculos, uma medida que só se admira, compreende, com dimensões erguidas no "etéreo".
E, voltando à minha relação contigo, Madalena, fluirei pelas tuas ruas estreitas, siamesas em alguns olhares, porque o decadente também é parte de ti; apreciando com sensibilidade a tua Candelária, transformada em luz ténue de Sacrário.
Tal e qual como as tuas grades ferrugentas, mas cheias de vida, que só se podem valorizar como algo muito mais importante do que uma obrade arte.
Observar-te-ei no sigilo, na discrição dos teus labirintos, assinalando sempre o que em ti descobri.
Diremos então os adjectivos e nomes que condizem contigo, as ruas, os ceceios, a tua entoação. Mas também observarei o que tens de calar, as tuas vergonhas, e, com toda a probabilidade, como não podes chegar a entender como tu própria foste pretexto para súplicas e orações, rogos, cuidados prudentes, lamentos.
Eu venho emprestar-te a voz, que já não é minha, mas sim de todo um povo, quando participaram contigo nos raios de luz que assinalaram outras travessias.
Passaram-se tantas coisas em quinhentos anos, que andar por Olivença sem ti, é como dar razão ao traçado esquemático das tuas colunas, aos teus infinitos habitáculos, às tuas sacristias disfarçadas com portas antigas.
Eu não virei dizer-te, ensinar-te, como se agrupam as coisas, como devem luzir as tuas velas, com que flores se devem engalanar os teus altares, porque os teus detalhes têm a idade da memória que nunca foi minha.
Eu sempre te agradecerei, Madalena, o que me ensinaste, como configuraste as minhas emoções.
Não sereu eu aquele que possuirá a tremenda capacidade de preservar o teu futuro; aquela descomunal responsabilidade dos que agora brincam contigo junto das tuas ruas laterais e passeios.
Tu bem sabes, Madalena, que os mesmos que nos enaltecem têm-nos um desprezo igual.
Mas deixa que fique assombrado com as tuas medidas, porque, se tudo em ti é grande, é porque a tua sensibilidade se fez luz em todo e qualquer ocaso.
Porque o tempo dói mais por ser mais precioso. Porque simplesmente és tu convertida em pedra.
Tal e qual como os teus sinos, indiferentes aos ventos, fazendo estação de penitência como um soldado das tuas muralhas contíguas, ano após ano, ardor depois de ardor.
Serão "os teus" aqueles que te jurem amor perpétuo em prazos cómodos, os mesmos que receberão os teus olhares, as tuas vontades, o teu prudente encanto.
Seria irresponsável poder-te descrever dando por bem empregue, por justificar guerras aclamadas, por observar-te a partir das ermidas que serviram de extensões à tua revolta, emaranhada beleza.
Não só Deus ficou entre os teus muros, as tuas paredes, como também os que estrearam trajes de Domingo, os seres que te pronunciaram melhor do que seria de esperar ao quererem pôr-se à tua mesma altura das circunstâncias.
Onde ficaram os milhares e milhares de negativos fotográficos que te eternizaram durante todos estes anos, detalhe por detalhe, azulejo por detrás de mármore, união por detrás de baptismo?
Quem recolheu, captou, como ninguém a entropia dos teus vidros, vitrais, já retirados e guardados?
Quem foi a melhor testemunha do caruncho que, com a cumplicidade da afonia, foi debilitando o tecido calmamente urdido das tuas prebendas?
Há tanto de ti dividido palas tuas exibições, nos teus lugares, que só peço poder-te apreciar com a mesma intensidade com que já o fiz.
"Almas da Magdalena", as mesmas almas que golpearam as páginas deste livro que hoje procura honrar-te, Madalena, que hoje silvam com o vento do anonimato de oliventinos que ergueram âncoras. Aqueles que encontraram no teu respeito a mesma penitência que marcou os teus interiores mais íntimos.
Continua a dar sentido a parte dos nossos dias, com a desculpa de um pináculo que aflora em apelidos já esquecidos; também, na cal de nuvens reflectidas nas capelas que extravasaram o teu espaço restrito, nos sonhos dos teus principias obreiros, aqueles que nunca "pisaram" o mar, e que também foram os colonizadores de terras nos verões do quebrado calor oliventino.
Santa Maria Madalena, pretexto de religiosos que perderam a favor das multidões o seu nome na contextura de tempos passados. As tuas ruas estão obrigadas a perpetuar os seus nomes, tornando-os tangíveis em placas de esmalte de quatro por dois.
Que falta de valentia!... diriam aqueles que se lançaram a descobrir outros mundos.
Agora descansa, amiga viajante, mas continua a contar comigo.
Quando os teus despertares não marcarem o nosso caminho, responde-me então no aumento, na dilatação das tuas horas. Que não me atormente a culpa de te haver esquecido.
Logo, logo, se voltará a abrir a tua porta principal, mostrando a imensidade do teu ventre feito pão de ouro e pedra viajante.
Chegou o momento, Madalena, tornou-se realidade o sonho da luz tangível, a longa tarde venceu a tormenta, e, de novo, fazes tremer o pulso, o sentir do povo que fala duas línguas por capricho da vontade dos teus vizinhos.
Continua a mostrar-nos a tua graça, porque sempre te veremos no caminho, sem querer desperta-nos do todo. Será o teu rumor o que dará conta da tua presença.
Quero continuar a dialogar contigo, ainda que já as munhas palavras te soem extraordinárias ou estranhas. Sempre na escala de notas da tua arquitectura, das tuas formas, das minhas saudades ou nostalgias.
Nada perturbará já o sentido da tua existência, dos teus conventos, dos teus palácios episcopais transformados em múltiplas vivendas.
Nem sequer te verão mais grandiosa sem um Guia de Viagens, sem um fim de semana gasto como um qualquer pretexto.
O sentir das tuas formas vê-se traduzido em eternidade, em quadros de tábua, que se diluem nos teus caprichos, em bancos de madeira emparelhados ao extremo.
Continua connosco enquanto os teus lamentos se armazenam, se resguardam no teu coro, enquanto os sinais de deterioração ameaçam a tua existência.
Quem diria, Madalena, que ias chegar aos nossos dias imortalizada em milhares de folhas impressas, por centenas de pincéis com cerdas de ambígua procedência?
Tu, Madalena, continua em segredo, em sigilo, sem lamentos.
Dando-te agradecimentos eternos por ter-te partilhado com lágrimas que continuarão a molhar a tua praça. Com o pequeno senão de que, por muito que se pretenda, se quiera alcançar, sempre se regressará sem ventura.
Então, recorda-te de mim, e diz-me num sussurro como devo entender a minha própria vida, com que desculpas me encontrarei com a tua memória colectiva.
Explica-me como te sabes narrar a ti própria com uma perdidacertidão de Nascimento que já não se conserva.
Chegou o teu momento, Madalena, abre aas tuas portas devagar, muito devagar, mostrando as tuas glórias como as da estação que principia.
Só me resta dizer-vos. a todos, que, a pouca de distância de onde são proferidas estas palavras, haveis "aninhado", interiorizado, parte do sentido da vossa identidade, parte do decorrer da vossa História, o refluxo voluntário da vossa existência.
Chama-se, e viveu convosco, Igreja oliventina de Santa Maria Madalena.
Disse. Muito obrigado.
José António González Carrillo
ECOS:
26 de abril de 2011