“Boa Noite”, me responde el señor Sonny Ockersz en el recibidor de su casa, dominado por unas indulgencias de Juan Pablo II. Anochece a una eternidad de Lisboa al este de Sri Lanka. Estamos en Batticaloa en territorio fieramente tamil- donde mejor se preservan los rescoldos de la lengua descargada por los navegantes portugueses hace cinco siglos en la costa ceilanesa. Milagrosamente, doscientas o trescientas personas siguen hablando aquí criollo portugués (a las que se suman algunas decenas más en Trincomalí y Puttulam). Ellos son los últimos burghers, una minoría euroasiática que fue influyente en el rompecabezas étnico de Ceilán, pero que ahora avanza a marchas forzadas hacia su extinción, como ya sucedió con los aborígenes de la isla, los vedda (aunque según algunos autores, subsisten algunos cientos de veddas, descaracterizados).